sábado, 16 de enero de 2016

Ella y la muerte

Calella de Palafrugell. Foto de Teresa Bigorra
Me recibe, en un tanatorio, con la sonrisa de los que, de forma inevitable, te agradecen que en ese día estés a su lado. Llevo clavada su sonrisa limpia, blanca, en mi memoria desde los quince años. Ya son mas de cuarenta compartiendo amistades duraderas, o que se quedaron por el camino, cosas de la heroína, dolores sanados, otras veces crónicos, y también de olvidos forzados por la distancia.

Justo cuando teníamos toda la vida por por delante, estirábamos las noches para ver el amanecer en una playa mediterránea y sumergirnos en las aguas, mientras la aurora bendecía los pinos que nos observaban con la luz roja de ése sol que estaba naciendo de nuevo. Era nuestro prólogo de lo que, entonces, nos parecía la eternidad. Luego descubrimos que Jaime Gil de Biedma ya nos había concretado el argumento de la obra y que la vida iba en serio...


La barca de Caronte vino a buscarla hace unas cuantas primaveras. Ella burló sonriendo el viaje al que la empujaba el cangrejo acariciando y oliendo las flores de su balcón perfumadas por el mar, mimada a cada instante y sin desvelo por él, como sólo pueden hacerlo los que aman de verdad. Mientras, ella sufría el fuego intravenoso de la ciclofosfamida y, después, de la radiación ionizante.


Su hermano yace muerto ahí al lado. Demasiado joven. Y ella tiene el enorme valor de preguntarme sobre mi. No soy yo el que importa. Y hoy menos. Después me habla de la injusticia como ley de vida, y de ésa justicia que, fuera de los tribunales, no sabemos quien la imparte.


Al cabo de un momento, y cuando el silencio de una multitud se asemeja a un enorme animal callado, escuchamos la voz de su poeta:


"No hace tanto miedo la muerte...

Es huir...

Y llegar
a una inmensa playa de oro
para no volver a morir, 
para no volver a  marcharse."


Josep Punsola. (Mataró 1913-1949)


(Disculpad mi enorme torpeza al traducir textos del catalán)








domingo, 3 de enero de 2016

"Soy un impostor" de Gerard Duelo Ferrer

Según la RAE, un impostor es aquel que se hace pasar por otra persona o por lo que no es. Eso soy yo. He sido alto ejecutivo toda mi vida y no soy eso. Prisionero de egos y de buenos sueldos, no he sido capaz de ser lo que realmente soy, un artista, un creativo, un pintor, un escritor. Cualquiera de esas profesiones me hubiera hecho poner el pie en el suelo cada mañana al levantarme (suele ser el derecho) y emprender el día con mucha más ilusión.

El previsible disgusto a mi madre, viuda y humilde, convencida de que hacer eso era no ser nada de nada el día de mañana, me llevó por otros caminos, el de la impostura. Lo que siente mi alma al pintar o escribir no lo he sentido jamás ni en los mejores mo­mentos de mi carrera, que afor­tunadamente han sido muchos. 

Doblar ventas, abrir sucursales, incrementar la plantilla de gente buena, idear planes de mar­keting, alcanzar retos difíciles, cobrar sustanciosos incentivos o dividendos, o ver subir el valor de las acciones, ha sido hermoso, a veces más que eso, pero nada que ver como la sensación en mi ­corazón de crear un cuadro que te gusta o escribir la poesía con la que querías decir una cosa sin ­decirla.

Si por ahí hay algún joven candidato a impostor como yo, le ­digo, no importa lo que hayas estudiado, luego haz lo que te gusta y el dinero para ser feliz no te faltará. De lo contrario, quizás cuando puedas hacerlo sea ya un poco tarde.

(Publicado en las cartas de los lectores de La Vanguardia el 3 de enero del 2016)